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El tiempo de nuestra vida

El otro día me puse a jugar una partidita de Diamond Dash. Entre paréntesis, diré que no tengo remedio, la de cosas que llega a hacer una después de tener un hijo, es como si un alien se te pusiera en el cerebro. Pero, ¡lo que son las cosas!, quién me iba a decir a mí que estaba a punto de recibir una gran lección de filosofía.

La partida de Diamond Dash

Simplemente empecé a jugar. De repente, se paró la aplicación, salió una pantalla de colorines, sonidos estridentes y estrellitas luminiscentes por todas partes. Se ilumina con un ¡tachín! una rueda de la fortuna o algo similar: lo de los mensajes subliminales en los vídeojuegos aún no lo tengo dominado. El caso es que ¡me había tocado la lotería!. Jackpot, que se dice en lenguaje app. Cualquier día nos van a hacer aprender Klingon.

El sistema me obsequiaba con treinta minutos de vidas ilimitadas. Hay que reconocer que se trataba de una tentación generosa, teniendo en cuenta que las vidas en esa aplicación duran un minuto, casi como la memoria de los peces. Como no tenía nada mejor que hacer, me puse a jugar, moderadamente ilusionada con el regalo. 

Al rato de vivir una vida tras otra aquello dejó de tener sentido. Cada vida se me hacía repetitiva, monótona. Me sentía en la obligación de tener que "vivirlas" sin remedio, porque me habían tocado y así tenía que ser. Cada minuto se me hacía tedioso, ya no me divertía buscar series de cuadraditos de colores, ya no me resultaba alentador encontrar un diamante, ni hacer un pleno, ni conseguir lingotes y monedas. De hecho, en ninguna de las casi veinticinco vidas que viví logré un record de puntuación, y hasta me costó pasar de nivel. ¡Lo que tardaba en rellenarse el cuentaestrellitas!, Dios mío, si aquello era como un polvo mal echado, que parece que estás a punto de llegar... pero no. 


Momento Día de la marmota

Allí me quedé, como Bill Murray en Atrapado en el tiempo, una vida tras otra, siempre lo mismo, sin un pequeño incidente que me hiciera recuperar el interés. El juego se hacía lento, aburrido, una partida tras otra, me quedaba sin dinero y sin doblones, y no podía comprar ni una simple "bomba mística". Ese es el nombre aparatoso que le dan a una reunión especial de cuadraditos del mismo color. 

En un momento de aquellas cortas, pero intensas, vidas, pensé: "¿pero para qué estoy jugando, si no me estoy divirtiendo?" ¿Para qué tanta vida si no la estoy aprovechando? Y dándole vueltas al tema, recordé los estudios de Berne, con B, no el de Viaje al centro de la Tierra, sino el médico psiquiatra, el mismo que escribió un libro tan revelador como certero: "¿Qué dice usted después de decir Hola?".

E. Berne habla de lo que hace la gente para pasar el tiempo que dura su vida. Explica que lo realmente difícil de vivir no es superar las adversidades, lograr ciertos éxitos o ganarse el sustento. El verdadero y acuciante problema del ser humano es encontrar una actividad en la que ocupar su tiempo. Parece que nuestra mente no tolera el vacío, necesitamos estimulación continua, tareas constantes en las que enfocar nuestros recursos cognitivos. Huir, como sea, de la nada.

Visto así, lo de vivir una vida consciente y plena se traduce en dar con una actividad lo suficientemente placentera y prolongada como para llegar a viejo mientras la realizas. O algo así. La verdad es que Berne advierte que algunas de esas actividades pueden ser entretenidas, pero no todas te permitirán llegar al meollo del asunto. 
 

Pasatiempos, actividades y juegos

Para empezar, están los pasatiempos, las cosas que hacemos cuando no tenemos nada mejor, o cuando nos encontramos en una situación de la que no podemos escapar y necesitamos "rellenar el tiempo" como sea. Es, por ejemplo, lo que hacía yo jugando al Diamond Dash, o lo que nos sucede cuando entramos en un ascensor y hablamos del anticiclón que se acerca por el norte. Pasar demasiado tiempo realizando este tipo de pasatiempos es la forma más fácil de pasar por la vida sin que la vida pase por nosotros. Estas tareas se caracterizan porque no nos comprometen a nada ni con nadie. Tienen un principio y un final, son estereotipadas y previsibles, nos permiten no implicarnos en el acto pleno de vivir.  Llegaremos a viejos sin una cicatriz en el alma, sin una historia divertida que contar, como recién salidos de una sesión de bótox espiritual: con más años, pero igual de mente plana que al nacer. 

También podemos dedicar el tiempo de nuestra vida a realizar innumerables actividades de todo tipo. Emprender una tarea tras otra: tirarse en paracaídas, aficionarse a la entomología, convertirse en un experto gastronómico, apuntarse a un club de patchword o asistir a innumerables conferencias sobre el cosmos. Estas actividades se convierten en una fuente inagotable de estimulación sensorial y emocional, nos permiten conectar con muchas personas, intercambiar ideas... Están bien. El ser humano es social por naturaleza y entablar una amistad o una relación es de las mejores inversiones que podemos hacer en la vida. 

El problema es cuando esa relación se basa exclusivamente en la actividad compartida. Conozco muchos "amigos del alma" que llevan años citándose los miércoles para cenar y compartir su afición favorita: visionar cine clásico. Son expertos en el cine de Orson Wells, pero desconocen casi todo de la vida del otro. De hecho, dejaron de encontrarse cuando las conversaciones sobre Ciudadano Kane derivaron en una crisis existencial de uno de ellos. Las tertulias ya no volvieron a ser lo mismo. Pasa también con los amigos del gimnasio, de los sábados por la noche o del partido del domingo. Son actividades agradables, en las que disfrutamos de la compañía de los demás, pero en las que no deseamos involucrarnos emocionalmente.      

A veces, esas relaciones neutras que establecemos mientras nos dedicamos a alguna actividad común, se nos van de las manos y nos enredamos en lo que Berne llama juegos. Los juegos empiezan siendo divertidos, hay mucha implicación entre sus participantes, son los mejores amigos, pasan el día juntos, se cuentan todo, se convierten en un apoyo mutuo. Hasta que un día uno de ellos se siente traicionado por un comentario del otro, o por la entrada de una tercera persona que desequilibra el sistema. Los juegos son tóxicos, están llenos de doble sentido, y al final la amistad ni era de verdad ni los amigos lo eran tanto.  

Un final feliz

A estas alturas de mis pensamientos, la partida de Diamond Dash estaba ya totalmente echada a perder, y yo me había ido por los cerros de Úbeda en busca de alimento para mis neuronas. Ya empezaba a deprimirme, calibrando cuidadosamente qué debía hacer con el tiempo de mi vida, no de las vidas de la partida, sino de mi vida. ¡Menudo rapapolvo que me había soltado yo sola con las psicologías de Berne! Estaba a punto hasta de cancelar mi cuenta en Facebook, por si acaso eso derivaba en algún rollo tóxico tipo Match Point, o cualquier otra alocada película del genial W. Allen.  

Por suerte, recordé que el psiquiatra canadiense, o sea, Berne, admitía también la existencia de otro tipo de comunicación posible entre los seres humanos, otra forma de ocupar nuestro tiempo. 

Se trata de las relaciones de intimidad, que no tienen que ver con el sexo, sino con la autenticidad en la comunicación, con la capacidad de hablar abiertamente, de expresar sin miedo lo que uno es, lo que uno siente, lo que uno piensa. Para entendernos, un poco al modo na'vi : "Te veo". 

Las relaciones de intimidad se generan cuando entre dos o más personas se crea un círculo de confianza y compromiso mutuo, cuando se generan lazos de interés auténtico por ayudar y comprender a los demás. Es entonces cuando se produce un encuentro mágico, una situación fascinante que permite otro nivel de comunicación y de crecimiento mutuo. 


Epílogo

Dejé apartado mi smartphone y me puse a mirar por la ventana. Me preguntaba qué hacía toda esa gente con su vida. Me pregunté: "¿qué estoy haciendo yo con la mía?"

En realidad, la vida no se trata de lo que hagamos ni con quién, sino de nuestro estado de consciencia, de la intención que pongamos en todos nuestros actos. 

Por eso, con intención, te pregunto: "¿Y tú, qué quieres hacer con tu vida?"





      


2 comentarios:

  1. ¡Me ha encantado tu reflexión!

    El "problema" es que esas relaciones son complicadísimas de encontrar o generar. Tiendo a ver las cosas de forma un poco negativa, pero creo que estamos muy solos, en general, la mayoría de nosotros, aunque parezca que estamos muy acompañados.
    La cuestión es: ¿cómo se trabaja uno mismo para ponerse en disposición de alcanzar relaciones íntimas? No lo sé, pero creo que voy a leer a Berne. ¡Y me guardo tu blog en favoritos!

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    1. ¡Muchas gracias, Cristina, por tu comentario!
      Coincido contigo en que muchas de nuestras relaciones son superficiales. Sobre la forma de lograr una comunicación más auténtica con las personas, no conozco la fórmula completa. Berne habla de "desmontar el propio guión", es decir, ser capaz de encontrar la verdadera esencia de ti mismo, antes de poder "conectar" con esa parte de los demás.
      Dedicaré un post a este tema otro día, ya que a mí también me resulta fascinante.
      Abrazos.

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