Acerca de

A menudo leo muertos o cosas que no sabías de vivir en una isla

A menudo leo muertos. Me llaman en susurros desde los estantes de librerías y bibliotecas, y aunque trato de ignorarlos, no me dejan en paz. Insisten una y otra vez con sus títulos anticuados, suplican lastimeramente a través de sus páginas manoseadas y suaves. Miro a un lado y a otro, para ver si alguien más escucha su lamento, pero nadie parece oírlos, salvo yo. Me aseguro entonces de que ninguna criatura humana me rodea y decido abrir su portada. Un peculiar aroma a tinta hace décadas impresa, sobre un delicado buqué de moho y polvo, se me cuela por la nariz.

A partir de aquí, ya no hay vuelta atrás. El chute me dura todo el día, y me transporta a velocidad warp a lugares donde nadie ha llegado jamás, ni siquiera los audaces tripulantes de la Enterprise. Como Picard, aka Patrick Steward, adoro los libros antiguos, los que van cambiando de peso de una mano a otra mientras los lees. Sus descendientes semivirtuales, casi incorpóreos, evolucionados en ciberlibros, me fascinan, pero aún no me seducen de la misma forma que sus ancestros. 

 
Mi Robinson salvado de las olas

 Nací en el año 1632


Yo no. Robinson. Con ese nombre no necesita apellido. Ni abuela, porque él solito se presenta. A mí me llegó de rebote, abandonado sobre la vitrina de libros expurgados de la biblioteca municipal. Olvidado a la deriva, entre muchos otros muertos, y restos del naufragio de los planes de cultura, comenzó a llamarme como una sirena hambrienta. Allí mismo me puse a alimentarlo, pues los libros reviven cuando alguien los lee, y quien lee, asimismo, renace cuando se conecta a ellos, sin necesidad de wifi ni puertos USB. ¡Toma tecnología Matrix!

Lógicamente, tuve que sentarme. Una cosa es reverenciar la letra impresa, y otra muy distinta tener que aguantar de pie toda la historia. El relato, a pesar de la traducción, conserva ese tono casi inocente de los siglos pasados, cuando aún no había fórmulas para escribir un bestseller; y sin embargo, este libro lo fue. Algo hay de mágico y perdurable en la travesía de este navegante, en su desesperación inicial, sus años de soledad y finalmente, su regreso a la civilización. A priori, tres siglos después, no hay muchas cosas que sigan igual...¿O sí?  

 

Naufragios y doblones de oro


Entre páginas de marineros y caníbales, fui comprendiendo qué tenía que ver esa peripecia conmigo.

Para empezar, yo también vivo en una isla. No llegué aquí tras un naufragio, sino que vine en cabina de avión, con aire acondicionado, en la época en que las azafatas repartían bolsitas de cacahuetes y zumos de tomate gratis. Cuando mi avión aterrizó, me di cuenta de que esta no era una isla deshabitada, sino muy concurrida. Aquí había casi de todo, desde tiendas de marca tipo Loewe y Scada, hasta centros de dietética y comida orgánica. Sin olvidar clases de yoga y playas nudistas.

En segundo lugar, Robinson logró rescatar una pequeña cantidad de monedas antes de que su barco se hundiera en el mar. No tuvo ocasión de emplearlas en todo el tiempo que estuvo en la isla. En cambio, yo, que me traje algunas pesetas en billetes de mil, no dejé de encontrar motivos para gastarlas, pero, claro, el dinero no da de sí como un jersey, por muy usado que esté. 

Así que pensé que tal vez las semejanzas había que buscarlas en otro sitio. 

 

Manual de supervivencia


Quizás los naufragios ya no son lo que eran, y pocas veces suceden con la frecuencia de antaño, salvo tal vez a Tom Hanks, pero ese es otro tema. Un naufragio puede ser cualquier situación inesperada, en que uno se ve de pronto arrojado de una vida más o menos cómoda a una playa desventurada. Un naufragio ocurre en la vida cada vez que alguien pierde su trabajo, o cuando tu cuenta corriente empieza a ponerse al rojo vivo y te entra el "débola": "debo la luz", "debo la contribución", etc. (Para más detalle, consultad los memes del gato que habla).

También cuenta como naufragio cuando percibes que tu matrimonio se va a pique sin remedio, o cuando se alejan de tu vida las personas que quieres y no vuelves a saber nada de ellas. Ni haciendo salvas con cañones vuelves a recuperarlas. Incluso cuando tu empresa, a la que dedicaste años de esfuerzos, hace agua por todos lados, estás convirtiéndote en un náufrago. Sin vocación, claro, pero náufrago al fin y al cabo. 

En mi caso, el naufragio que me trajo a esta isla fue la pura desesperación de no saber qué hacer con mi vida. Acababa de terminar la carrera y no era capaz de encontrar ningún trabajo. La mayoría de mis amistades habían abandonado el pueblo en que vivía, y otras empezaban a emparejarse. Yo seguía viviendo en casa de mis padres y me daba la sensación de que aquello podría prolongarse mucho tiempo.  

Así pues, como Robinson, me dediqué a elaborar un diario, con la esperanza de que no se me acabara la tinta, como le ocurrió a él. Más o menos, estas son las fases que atravesé, y que, ¡oh sorpresa!, se parecen bastante a las suyas.

Fase 1: ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Apenas me di cuenta de que la nave de mi vida estaba naufragando, el primer pensamiento fue creer que aquello no podía estar pasándome a mí. Revisé mentalmente toda mi existencia, desde que inicié parvulitos (en aquella remota época así se denominaba lo que ahora es "Educación infantil"; nosotros éramos no solo párvulos, es decir, pequeños, sino parvulitos, muy pequeños). No parecía que hubiera hecho nada mal, simplemente había seguido el plan previsto, pero cada día me sentía más desolada. 

En esta fase, tus ideas pueden oscilar entre (1) echarle la culpa a los demás o (2) sentirte culpable por no haber sabido hacerlo mejor. En el primer caso, acumulas toneladas de resentimiento hacia todas las personas que te rodean. Eso si tienes la suerte de que aún te rodee alguna, porque lo normal es que cuando uno naufraga por la vida, se encarga de espantar a todo aquel que se le acerca. En el segundo caso, que es el de Robinson, y también fue el mío, empiezas a convencerte de que todo puede ir a peor, y encuentras ejemplos a tu alrededor que te recuerdan lo malas que se pueden llegar a poner las cosas. Sientes entonces un pequeño consuelo al ver que otros están peor que tú, pero notas cómo cada día se te encoge el corazón, pensando que tú serás el próximo naufrago. 

Perderse en esta fase es el auténtico naufragio definitivo. A menos que sigas leyendo. 


Fase 2. Keep calm (¿Mantener la calma? Mecagüin...)

A fuerza de verte siendo la víctima del desastre, llega un momento en que aprendes a ver el lado cómico de las cosas. O al menos, comprendes que enfadarte o seguir peleándote con todo no va a devolverte a tu anterior situación. De repente piensas: "¡Qué vida más triste, Dios mío, cómo se estropean los cuerpos!", y la simple perspectiva de verte a ti mismo protagonista de una peli de humor te sacude la pereza de un plumazo.

En fin, te pones manos a la obra y salvas lo que puedes. Descubres entonces que dispones de recursos y herramientas, incluso más de los que pensabas. Es el momento en que contactas con antiguas amistades, recuerdas otras situaciones en que también te sentiste náufrago y empiezas a incorporar nuevas rutinas en tu vida. Te das cuenta de que la vida no es tan perra como pensabas, y es posible que recibas alguna ayuda extra que te dé el empujón definitivo.

En esta fase deberás asumir algunos riesgos. Algunas de las estrategias que pongas en práctica funcionarán, y otras no. Robinson, por ejemplo, dedicó semanas antes de poder fabricar una silla en la que sentarse, meses hasta domesticar un pequeño rebaño de cabras, pero cada día se levantaba con ese objetivo en mente. En cambio, jamás logró construir un barril para guardar el grano. En su lugar, aprendió a tejer cestos de mimbre. 

Lo que me pasó a mí fue algo distinto. Una llamada desde este lado del mar me animó a hacer las maletas y salir de mi pueblo natal. Me despedí con más prisa que pausa de cuanto había sido mi universo hasta entonces y crucé el charco. Un charco pequeñito, lo reconozco, pero hay agua: todo es riesgo. No tuve que talar árboles ni sembrar un huerto, aunque sí tuve que trabajar duro para hacerme un hueco.

Fase 3. Celebra tus éxitos

Religiosamente. Por muy pequeños que sean. Recuerdo que mi primer sueldo no llegó ni para pagarme lo que había gastado en autobús. Aun así, me sentía enormemente satisfecha. Lo viví como un gran triunfo. Después me fui poniendo otras metas un poco más difíciles, y las fui cumpliendo. 

La que más me costó fue sacarme el carnet de conducir. Un suplicio enorme, y un dolor de monedero inmenso. Reconozco que tardé mucho en celebrar este éxito, y no por falta de ganas, sino porque no llegaba nunca. Después de mi cuarto intento, empecé a festejar el solo hecho de tener el valor de presentarme al examen. Aprobé dos o tres convocatorias más tarde. 

Una estrategia que funciona muy bien consiste en agradecer cada día el simple hecho de estar vivo. Hacerlo conscientemente. Al levantarte o al acostarte, dedica unos minutos a reflexionar sobre la maravilla de la creación. Mira el cielo siempre que puedas, enciende una varita de incienso, o reza, pero siéntete afortunado por lo que estás viviendo. 

Unas veces es más difícil que otras. A veces no ves ningún motivo para celebrar, no hay un objetivo claro. No importa. Hazlo por hábito, por costumbre. Sin que te des cuenta, llegará el día en que te percatarás del enorme valor de la experiencia vivida. Entenderás que los resultados no son tan importantes como el proceso de aprendizaje seguido. Gran parte del dolor se transformará en apertura de consciencia, y el resto se disipará con el tiempo. 

Fase 4. Supervivencia por abdicación

Acéptalo. Cuanto antes, mejor. Ni masoquismo ni resignación. Solo acepta. No se trata de asumir como un mártir lo duro de tu situación, ni de flagelarte para expiar tus penas. Todo lo contrario. Desconecta tu pena del sufrimiento y concéntrate en encontrar una solución. 

Recién llegada a la isla me encontraba un poco perdida. Pero nunca pensé en volver a casa de mis padres. Me adapté como pude a las circunstancias que me rodeaban. Tenía gente que me estaba ayudando y acepté que lo mejor era asumir que esa decisión no tenía marcha atrás. Solo había una opción: seguir adelante. Cuando aceptas esto, tu visión se amplía. Dejas de preocuparte por nimiedades, y te enfocas en lo verdaderamente importante. 

Hace poco leía sobre el poder de la atención, y cómo puede cambiarte la vida. Hay una ley no escrita que dice que aquello en lo que fijas tu atención, se expande. Es como si, de alguna manera, fabricáramos nuestros propios miedos. ¿Os acordáis de la película Esfera, con Dustin Hoffman y Sharon Stone? (Otro día le dedicaré un post). Da un poco de miedo, pero ilustra muy bien lo que podemos hacernos a nosotros mismos si nos enfocamos en los pensamientos destructivos.  

Fase 5. No te rindas

A partir de ahora, vas a tener que poner todo tu empeño en valerte por ti mismo. Por muy bien que logres adaptarte a las nuevas situaciones, cada vez aparecerán nuevos peligros, reales o imaginarios, y tendrás que volver a poner en marcha todos tus recursos. 

Robinson, superadas las fases anteriores y perfectamente instalado en su isla, se encontraba cada primavera con nuevos desafíos. Se le iban acabando provisiones básicas que no podía suplir: la pólvora, la tinta, el ron. Los pájaros y animales salvajes atacaban sus cosechas, se rompían las ropas y herramientas que había logrado rescatar, y aún así seguía adelante. Incluso se aventuró a construir una piragua para escapar de la isla. 

Por mi parte, en estos años también me han sacudido vientos de todo tipo. He perdido trabajos y he encontrado otros. Algunos amigos se quedaron por el camino, a muchos los he vuelto a recuperar. He cambiado de casa, de coche, me han robado varias bicicletas... La vida sigue. 

Posdata

Hasta aquí, menos en lo de construir una canoa, mi diario coincide más o menos con el de Robinson Crusoe. Después él conoció a Viernes, y nuestras vivencias se separaron. Años más tarde yo también encontré un compañero, pero eso es otra historia y debe contarse en otro lugar

 

¿Alguna vez habéis vivido una situación de "náufrago"? ¿Cómo os enfrentásteis a ella? ¿Qué estrategias os funcionan? Si me escribís, prometo contestar. Mil gracias.

¡Hasta la semana que viene!





   

No hay comentarios:

Publicar un comentario